viernes, 29 de enero de 2010

Gabriel, un pescador.

I.
Desde que era muy niño quise ser marinero, pero sólo hasta hace muy poco tiempo pude cumplir mi sueño. Tengo 43 años, no tengo hijos, no tuve, bueno, eso es lo que creo, pero en eso es en lo que menos quiero pensar ahora. En el lugar donde vivo me conocen como Gabriel, pero ese no es mi nombre, preferí darle la razón a Montsé cuando me dijo que tenía cara de un ángel que iba a anunciar cosas buenas, sólo sonreí un poco y le dije que parecía una pitonisa de nombres, porque exactamente ese era mi nombre. ¿De dónde vienes preguntan todos? Y como mi acento no es de ningún lugar dejo que ellos también construyan escaleras de palabras e inventen el lugar de donde partí en mi último viaje, aunque no será el último.

II.
Mi rostro recuerda al de un latino cualquiera, pero podría haber llegado de un barrio de Los Ángeles, de una mujer que llegó de Guanajuato y buscaba cumplir sus sueños. Algunos de ellos se hicieron ciertos, al menos encontró el amor en George, un trabajador de un súpermercado donde Juana entró a trabajar y desde que se vieron se enamoraron y pocos años después nací yo. Pero no, esa tampoco es mi historia.

III.
Creo que ya la he olvidado. La verdad, creo, existe en las palabras y en las imágenes que los otros hilvanan para inventarte como ellos quisieran que fueras.