domingo, 28 de marzo de 2010

Tres millones de latidos, Jorge Drexler. Armar la trama.



Estoy aquí de paso,
yo soy un pasajero,
no quiero llevarme nada,
ni usar el mundo de cenicero.

Estoy aquí sin nombre,
y sin saber mi paradero.
me han dado alojamiento en el más antiguo
de los viveros.
Si quisiera regresar,
ya no sabría hacia dónde,
pregunto al jardinero,
y el jardinero no me responde.
Hay gente que es de un lugar,
no es mi caso,
yo estoy aquí, de paso.

El mar moverá la luna,
o la luna a las mareas.
Se nace lo que se es
o se será aquello lo que se crea.
Yo estoy aquí perplejo,
no soy más que todo oídos
me quedo con mucha suerte
tres mil millones de mis latidos

Si quisiera regresar
ya no sabría hacia cuándo
el mismo jardinero debe estárselo preguntando.
Hay gente que es de un lugar
no es mi caso.
yo estoy aquí
yo estoy aquí, de paso.
yo estoy aquí, de paso.

sábado, 27 de marzo de 2010

Los faroles de Valencia.

Lo que más me gusta de Valencia es su luz artificial, los faroles en tonos ocres que le dan ese tono amarillento a toda la ciudad cuando comienza la noche. Recorrería una y mil veces la ciudad por el lugar donde antes se encontraba el río Turia y desde hace varios años se convirtió en los Jardines del Turia. Desde el lago de los cisnes hasta donde termina la ciudad de las Artes,  parece como si la ciudad dejara de existir y comenzara un mundo lleno de magias y laberintos.
Hace unos pocos meses estaba, como siempre, de paso. Renté una bicicleta y salí muy temprano de mi Melancolía, estaba muy cerca de Malvarrosa, pero pretendía llegar hasta el lago y finalmente pedalear un poco en esas embarcaciones en forma de cisnes. Crucé las Torres de Serrano y allí lo encontré, pero no hablamos, sólo sonreímos un poco y seguí avanzando. Nuestro pedalear era muy similar y pensé que íbamos hacia el mismo lugar. Al llegar a nuestro destino él compró una botella de agua y se quedó mirando un largo rato hacia el lago donde había unos pocos enamorados. Luego soltó una carcajada que al comienzo no pude entender del todo, hasta que se me acercó divertido y me dijo que no pretendía nada conmigo, si de algo estaba seguro era de su sexualidad, pero no quería ir solo por el lago y le parecía que yo andaba en las mismas, el que reía después a carcajadas incontenibles era yo. Subimos a la embarcación intentando perder nuestra timidez. Mis carcajadas se acabaron muy pronto, la tristeza de OMAR sobrepasaba tantos dolores, que nunca pensé que sobreviviría a sus pesadillas y sus recuerdos, pero hoy he recibido una carta en donde me dice que lo ha logrado, ha dejado de culparse por la muerte de la pequeña Mónica y finalmente, ha vuelto a sonreír.

Frente al Carrusel en la Plaza del antiguo centro de la ciudad.

Siempre regresaba a Florencia, a sus callecitas empedradas, que no terminaba de descubrir, al Duomo, a la Plaza de la Señoría, a la Galería de los Ufizzi, los cafés, y el carrusel en la plaza del antiguo centro de la ciudad donde volvía para sólo sentarme largas horas y ver pasar a uno y otro visitante. Una tarde estaba ella sentada: CARLA. Su belleza era indescriptible, después me dijo que hasta le molestaba, muchas veces había rogado no llamar tanto la atención y no ser tan deseada, todo el que se acercaba a ella lo único que pretendía era devorarla. Permitió que me sentara a su lado y me habló en perfecto italiano, aunque su idioma era el español. Sin muchos miramientos me dijo que si pretendía un romance con ella no lo iba a lograr.
Siempre he pensado que a las mujeres como ella, prefiero sólo mirarlas, por eso me importó poco su temor disfrazado de tanta altivez. Eso le encantó a Carla, casi instantáneamente nos hicimos amigos, no habían transcurrido ni dos horas y ya me contaba que estaba en Italia no sólo para reencontrarse con su familia, también huía de dos hombres que pretendían encerrarla en un cofre o ponerla en un pedestal para mostrarla y ufanarse, como si ella fuera la más perfecta de sus pertenencias.

Hacia el delta del Río Nilo

Había escuchado muchas historias sobre su padre, no recuerdo su nombre, siempre los que hablaban de él lo llamaban el Arqueólogo Thomes, había muerto en una expedición en la que pretendía encontrar las incógnitas de la Atlántida, pero su más famosa expedición había sido en el Templo de Abu Simbel . Cuando se construyó la presa de Aswan en 1959 y subió el nivel del río Nilo, poniendo en riesgo a este templo, el arqueólogo fue uno de los que lideró el traslado del templo a 200 metros de sus cimientos originales. Ese detalle lo recordaba perfecto porque tal vez no hay lugar en el mundo que me haya dejado más huella que ese inconmensurable templo. GUYBRUSH me buscó porque le dijeron que mi Melancolía era el velero perfecto para llevarlo a Alejandría donde varios de los discípulos de su padre habían hecho un centro de estudios dedicado a investigar y conservar los grandes descubrimientos que había logrado el británico. Guybrush era aún muy joven, aunque ya estaba cerca de los treinta, pero apenas comenzaba a demostrarse a sí mismo que ser arqueólogo y llevar a cuestas ese apellido no iba a ser nada fácil,  pero el solo hecho de estar cerca de tal leyenda casi me lleva a emprender el viaje sin importarme ni siquiera si el dinero que llevaba me alcanzaría para llegar hasta el puerto encallado entre el Nilo y el Mediterráneo.

INT. BAR "EL DESENLACE". NOCHE.


No podría olvidar su rostro, pero hay algo de JORDANA que sigue imborrable en mi memoria, ese escorpión en su espalda, cerca al brazo derecho, su piel suave que tanto quise tocar, pero nunca lo hice. Tampoco podré dejar de recordar cómo le lanzaba cosas a un hombre que luego ella me contó que se llamaba Javier. Creo que conocerla fue lo que me hizo emprender finalmente este viaje que nunca va a terminar, y a decir verdad, tampoco lo quiero. El cuarto que podría querer arrendar mi corazón estaba en toque de queda, como lo menciona Drexler en una de sus canciones que me acompañan a tal punto, que a veces siento que como si se las hubiera contado, como si su bitácora fuera la misma que llevo desde siempre.
Seguí a Jordana cuando bajó las escaleras de salida en su edificio de apartamentos. En los alredores la gente aún comentaba un poco sobre la pelea de esa noche. Se amaban, pero si continuaban juntos iban a terminar haciéndose daño.
Jordana caminó apresurada, su mirada estaba anclada en el pavimento y entró sin saludar al portero del bar de la esquina. Yo aún era Juan y no imaginaba que algún día me llamarían Gabriel. El Desenlace era el lugar que más frecuentaba por esos días, Jorge sin saberlo, sin quererlo, tampoco, se había convertido en el amigo que siempre quise tener y ese pequeño local de blues, la casa que nunca tendría.

1. INT. BAR EL DESENLACE. NOCHE.

Las manos de un JORGE vierten una cereza en una copa ancha que tiene un cóctel grande de color azul. En el lugar se escucha un blues de Billie Holliday. La cereza flota sobre el hielo con un removedor en acrílico que tiene una figura en la punta. Las manos de JORGE empujan la copa hacia JORDANA.

JORGE, 30, tez morena, barba corta y fina, lleva un delantal que tiene un estampado con el nombre del bar: EL DESENLACE, le sonríe a JORDANA que lo mira a punto de estallar en llanto, lleva una blusa de tiras y una chaqueta en cuero.

   JORDANA
¿Cuánto te debo?

JORDANA saca un billete de un bolso pequeño que tiene terciado sobre sus hombros y se lo acerca a JORGE.
JORGE
(Le devuelve el billete)
Nada mujer, la casa invita hoy.

JORDANA
¡Cómo se te ocurre! Tras de que espanté la clientela de toda la cuadra, no, no puedo aceptarte.

JORGE niega con la cabeza y ahora sonríe a JUAN que se para frente a él y junto a JORDANA, tiene alrededor de 48, es alto, tez blanca, lleva una boina negra con la que le hace un gesto de saludo a JORGE.

JUAN
Si Jorge dice que la casa invita es mejor no hacerle un desplante.

JORDANA sonríe sin mirar a JUAN y guarda en su bolso el billete.

JUAN
¿Puedo sentarme aquí?

JORDANA
Yo prometo no ocasionar ningún problema más... Al menos por esta noche.

JORDANA se quita la chaqueta. JUAN no pierde de vista sus movimientos y su mirada se queda perdida en la espalda y el hombro derecho de JORDANA donde hay un tatuaje en blanco y negro de un escorpión.

JORGE
Este hombre se llama Juan, estoy tratando de convencerlo para que no se vaya de esta playa.

JORDANA
Ah... ya, claro, la playa bogotana. ¿Viaja muy lejos?

JUAN la mira indeciso. JORGE sonríe.

JORDANA
No sabe para dónde va todavía.

JUAN asiente. JORGE le acerca un tequila doble y pone sobre la barra un plato pequeño con un limón cortado y sal.

JORDANA
Podría invitarme, tal vez en el camino encuentre a alguien con el que tengo pendiente una larga conversación.

JUAN levanta su rostro hacia JORDANA, la mira un poco asombrado. JORDANA suelta una carcajada muy corta, toma un gran sorbo de su trago y mira adolorida a JORGE.

 
                            

domingo, 21 de marzo de 2010

Un trozo de la bitácora de Gabriel

Gabriel estaba ya muy cerca de su playa y aún no terminaba de resolverle a Jacinto el porqué de sus viajes, el porqué estar de paso. No se atrevía a desenmarañar más que las historias de otras, pero retenía con el aliento sus verdades. Tardó unas cuantas horas contándole de Arturo, el hombre que muy tarde vino a saber que tuvo una hija y que vivía en Cali, Colombia. Sólo se enteró cuando ella escapó de casa buscando respuestas a su vida que parecía desequilibrarse por dos instintos que nunca había conocido. Su nombre era ANTONIETA, y llegó a él cuando Arturo caminaba a zancadas a su lecho de muerte. Gabriel la anunció, se había encontrado con ella en la estación vieja del Retiro, y buscaba a Arturo con ansias después de casi tres meses de viajes en auto stop. Antonieta había robado dinero del lugar donde sabía que su madre guardaba los ahorros y con la última carta que Arturo le había escrito desde Buenos Aires se fue de Cali hacia el puerto del tango y la melancolía.
Arturo la miró y su cabello rojizo le recordó a su abuela, sus ojos le hicieron viajar hasta Cali para volver a besar a Clementina, la mujer de la que se enamoró como nunca la había hecho de nadie, la mujer que le dijo que se fuera de nuevo para Buenos Aires porque lo que habían vivido podría ser tan tedioso como el matrimonio que ahora quería que ellos tuvieran. Arturo nunca pudo comprenderla, estaba decidido a quedarse con ella, pero Clementina huyó, se desapareció más de un año de su vida, por eso regresó a Argentina lleno de las nostalgias de ese amor inconcluso. Tanto la amaba que guardaba aún como tesoros las argollas que ella le había rechazado, casi restregándole en sus huesos que si había algo que nadie le quitaría en la vida sería su libertad. Nunca se lo dijo, pero la única y verdadera razón estaba en su vientre y se llamaría Antonieta.

sábado, 13 de marzo de 2010

Un garito sin nombre en París



Sólo quería encontrar un viejo garito, un salón de baile como los de Brassai, la noche de París, de sus instantáneas. Tenía ganas de ver a las parejas de amantes bailando un tango, sólo perderme en las notas y dejar que la noche transcurriera lenta. Entré a un salón y una mujer muy hermosa bailaba La bien pagá, el hombre con el que estaba no se dio cuenta que por su rostro bajaban inmensas lágrimas, pero jamás dudó en cada elegante paso, en ese rostro intacto y altivo, a pesar del dolor en el que estaba envuelto. Me miró y bajó la cabeza avergonzada, pero continuó con su sensual baile. 
Me senté en la barra junto a un taburete que estaba vacío, pero frente al asiento había una copa de vino tinto grande, y a medio terminar, tal vez crucé los dedos para que apenas terminara aquella vieja canción, la mujer con un vestido malva ajustado a su cuerpo, zapatos de tacón alto y hebillas, viniera, se sentara a mi lado y me contara el porqué de su melancolía.
-¿Y por qué habría de contárselo?
Eso fue lo primero que le escuché, su voz era dulce, aunque estaba afónica. Prendió un cigarrillo y se sentó a mi lado, tomó un sorbo de su copa de vino. Sonrió, a pesar de que las lágrimas permanecían en su rostro.
-Mi nombre es Gabriel.
-Yo soy SAMANTHA

El hombre que bailaba con ella se sentó con otros más que la miraban con deseo. Tras la barra un negro muy alto se desplazaba hábilmente sirviendo tragos y cambiando la música en el equipo de sonido. Las primeras notas de Jugar con fuego se escucharon.
-¿Le gustaría bailar?
Samantha bajó del taburete y caminó despacio hacia la pista del salón. Varias miradas se volcaron a mirarla mientras yo repasaba las viejas clases de tango que alguna vez tomé en el viejo salón La Viruta. Temí decepcionarla, era claro que no era una bailarina casual. Y según ella misma, yo tampoco. Las miradas siguieron escrutándonos mientras nos llegó la madrugada a unas pocas cuadras del lugar y en un parque al que no le advertí su nombre, sólo quería quedarme embelesado escuchando su historia, los retazos de sus recuerdos que anotaba en diarios llenos de poemas, con gotas de sangre y dolor. Lloraba porque alguna vez el más equivocado la llamó "bien pagada", ahora ella se obligaba a llamarse prostituta, pero no lo era, tan sólo buscaba el amor... Y al parecer nunca lo pudo encontrar.

"Se me olvidó que te olvidé"



No sé en qué momento, pero ya no recordaba quién era y por qué estaba allí. En algún amanecer donde esa inmensidad azul me robó las horas, como dice la canción, "se me olvidó que te olvidé". Permití que todos en Adrià de Besòs me llamaran Gabriel, aunque ya ni si quiera quería recordar que mi nombre era Juan. Juan, como cualquier Juan, un Juan que huyó queriendo no volver a mirar un rostro que se acostumbró a ver cada mañana en la otra almohada de su cama, que ahora estaba sola. Un Juan que soñó con todas las quimeras que parece como si quién sabe quién quisiera implantarle en los poros, en la sien, en la sangre y en la médula. El Juan de ese relato quiso ser padre, trabajar en una oficina, ir de vacaciones los fines de año, hacer el amor tres o cuatro días a la semana con ella, la de la almohada, la del rostro que ahora se diluye en la espuma del mar que llega turbia y toca el embarcadero.
Pero ese Juan ha dejado de existir y ya para qué recordar más. Los días sin el viejo Jacinto andan demasiado despacio y aunque prometí no necesitarlo, ahora sé que tendré que traerlo de vuelta y hablarle del Juan que se olvidó al otro lado del océano.

viernes, 5 de marzo de 2010

"Está el tiempo..."



I


Caía la tarde en la playa y Gabriel hoy no tenía muchos deseos de perderse en el mar, sufría de la melancolía que no mencionaba más que para llamar a su velero, pero eso no se lo dijo a Jacinto, aunque él, claro, lo notó. Compró una botella de vino tinto y lo invitó a la mesa del barco. El viejo lo aceptó sin mencionarle que para él era casi un honor bajar por las escaleras de la embarcación. Le pareció mejor callarlo y descender despacio, como empezando a descubrir el tesoro que guardaba El pescador desde mucho tiempo atrás.


II.


Cae la tarde en la playa y Gabriel hoy no tiene muchos deseos de perderse en el mar, sufre de la melancolía que no menciona más que para llamar a su velero, pero eso no se lo dice a Jacinto, aunque él, claro, lo nota. Compra una botella de vino tinto y lo invita a la mesa del barco. El viejo lo acepta sin mencionarle que para él es casi un honor bajar por las escaleras de la embarcación. Le parece mejor callarlo y descender despacio, como empezando a descubrir el tesoro que guarda El pescador desde mucho tiempo atrás.

III.


Caerá la tarde en la playa y Gabriel hoy no tendrá muchos deseos de perderse en el mar, sufrirá de la melancolía que no menciona más que para llamar a su velero, pero eso no se lo dirá a Jacinto, aunque él, claro, lo notará. Comprará una botella de vino tinto y lo invitará a la mesa del barco. El viejo lo aceptará sin mencionarle que para él es casi un honor bajar por las escaleras de la embarcación. Le parecerá mejor callarlo y descender despacio, como empezando a descubrir el tesoro que guarda El pescador desde mucho tiempo atrás.