sábado, 13 de marzo de 2010

"Se me olvidó que te olvidé"



No sé en qué momento, pero ya no recordaba quién era y por qué estaba allí. En algún amanecer donde esa inmensidad azul me robó las horas, como dice la canción, "se me olvidó que te olvidé". Permití que todos en Adrià de Besòs me llamaran Gabriel, aunque ya ni si quiera quería recordar que mi nombre era Juan. Juan, como cualquier Juan, un Juan que huyó queriendo no volver a mirar un rostro que se acostumbró a ver cada mañana en la otra almohada de su cama, que ahora estaba sola. Un Juan que soñó con todas las quimeras que parece como si quién sabe quién quisiera implantarle en los poros, en la sien, en la sangre y en la médula. El Juan de ese relato quiso ser padre, trabajar en una oficina, ir de vacaciones los fines de año, hacer el amor tres o cuatro días a la semana con ella, la de la almohada, la del rostro que ahora se diluye en la espuma del mar que llega turbia y toca el embarcadero.
Pero ese Juan ha dejado de existir y ya para qué recordar más. Los días sin el viejo Jacinto andan demasiado despacio y aunque prometí no necesitarlo, ahora sé que tendré que traerlo de vuelta y hablarle del Juan que se olvidó al otro lado del océano.

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