sábado, 27 de marzo de 2010

Frente al Carrusel en la Plaza del antiguo centro de la ciudad.

Siempre regresaba a Florencia, a sus callecitas empedradas, que no terminaba de descubrir, al Duomo, a la Plaza de la Señoría, a la Galería de los Ufizzi, los cafés, y el carrusel en la plaza del antiguo centro de la ciudad donde volvía para sólo sentarme largas horas y ver pasar a uno y otro visitante. Una tarde estaba ella sentada: CARLA. Su belleza era indescriptible, después me dijo que hasta le molestaba, muchas veces había rogado no llamar tanto la atención y no ser tan deseada, todo el que se acercaba a ella lo único que pretendía era devorarla. Permitió que me sentara a su lado y me habló en perfecto italiano, aunque su idioma era el español. Sin muchos miramientos me dijo que si pretendía un romance con ella no lo iba a lograr.
Siempre he pensado que a las mujeres como ella, prefiero sólo mirarlas, por eso me importó poco su temor disfrazado de tanta altivez. Eso le encantó a Carla, casi instantáneamente nos hicimos amigos, no habían transcurrido ni dos horas y ya me contaba que estaba en Italia no sólo para reencontrarse con su familia, también huía de dos hombres que pretendían encerrarla en un cofre o ponerla en un pedestal para mostrarla y ufanarse, como si ella fuera la más perfecta de sus pertenencias.

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