viernes, 5 de febrero de 2010

El olor de los puertos

A Gabriel lo conocí desde el día que llegó al puerto. Ya han pasado como dos años, no sé, él dice que ya se asombra porque no le gusta pertenecer a ningún lugar, y tampoco quiere que la gente pretenda que él deje de ser un extranjero. Si eso es algo que le molesta a algunos y a donde llegan "hacen lo que vieron", a él no. Es un hombre muy extraño, a veces podría parecer hasta hosco, ermitaño, pero cuando te permite entrar un poco a su vida descubres que es un buen hombre al que lo que más le gusta es contar y que le cuenten historias. Cuenta de tantas personas que ha conocido en sus viajes que una vez me lo confesó: "ya no sé si me la contaron, me la inventé o fui yo el que la viví".
En serio, así es Gabriel, por eso realmente no podría decirte cómo es exactamente. No hay nada en su casa que pueda decirte quién es, escucha música y noticias en un radio viejo y aprende catalán porque de lo que sí está seguro es que de cada lugar donde permanece debe aprender su idioma, ahora ya habla como un lugareño, pero es que como le dije hace un rato, según él ya lleva demasiado tiempo aquí y aún no tiene fecha de salida para su próximo viaje. Es muy raro que alguien tan libre como él se haya acostumbrado a Sant Adrià de Besós, o bueno, a la playa cercana porque desde su ventana lo que más alcanza a distinguir son las fábricas, las chimeneas y el puerto.
Es el olor del puerto lo que le gusta, eso dice, que el olor es lo que lo ha hecho quedarse en un sitio o en otro. Y como eso es lo único que no puede llevarse de los lugares, por eso nunca guarda objetos, ni recuerdos, no trae relojes en su mano, ni fotos que hablen de alguien, ni el más mínimo recuerdo que hable de él o de su historia. El día que pretendí averiguar un poco más de él y adelanté por unos minutos nuestra cita en su casa, entré sin forzar, nunca cierra con llave, por eso abrí, y aunque nunca se lo pregunté creo que no le gustó mucho que yo hubiera entrado a su lugar, pero como te dije no había nada, un mapa de Barcelona, otro de Badalona, una bolsa de algo que compró allá en Sant Adriá y no sé, unas tazas, pocas, unos platos, también pocos y si no calculo mal, dos pantalones, dos pares de zapatos y tres camisas. Ah, sí, había algo que no sé por qué estaba olvidando, un libro, grande, gordo, después supe que era de un escritor colombiano que no es García Márquez, no recuerdo cómo se llama, lo que me contó Gabriel es que son siete novelas de un marinero como él, uno igual de solo y viajero cómo él, del que tampoco recuerdo más que era un gaviero.


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