viernes, 12 de febrero de 2010

Donde la inmensidad se la llevó.

-No le creo Gabriel, eso tiene que ser inventos suyos.
-Ah, pues entonces no me crea.
-¡Cómo así! ¿Se va a ir?
-La marea está subiendo.
-No me puede dejar así.
-¡Quién lo entiende Jacinto! ¿No que era un invento? Va a tener que darme posada por hoy.
-Pues claro, pero venga me acompaña a la casa y nos acabamos el vino del otro día. 
-Esto va para largo entonces. 
-Es que nunca me hubiera imaginado algo así.
-¿Qué es lo que le parece raro? ¿Qué alguien se ame de esa forma?
-Me hubiera gustado mucho sentir algo así.
-Todavía puede.
-No me haga reír.
-Me está mintiendo pescador, eso debió sacarlo de ese libro gordo que no suelta.
-No Jacinto, fue verdad. Mire, siempre he guardado esta foto. Ya está muy arrugada, pero la guardo porque así los conocí.
-Usted está lleno de sorpresas. Pensé que no guardaba recuerdos de nada.
-De ellos sí.
-Le marcó la vida, ¿cierto?
-Tal vez. Yo tampoco creía en las historias de amor.
-¿Dónde fue eso? ¿Aquí?
-No, pero es cerca, en San Sebastián. ¿Conoce?
-¿Al norte, no?
-Sí.
-No, La Jacinta nunca me ha llevado hasta allá. El motor no aguanta ese viaje tan largo. Pero no me de vueltas, ¿cómo fue entonces que ella se murió?
-Se ahogó, no sé, como unos quince días después de que les tomara la foto. Ellos me contrataron para que los llevara en Melancolía de un lado a otro bordeando toda la costa norte. A veces viajábamos el día entero, otras veces me pedían que me detuviera para ellos bucear. Uno de esos días fue. Él subió a la superficie y esperó, una hora después comenzó a ponerse nervioso. Los dos eran buzos profesionales, jamás él se hubiera imaginado que ella se hubiera ahogado. Volvió entonces al mar y unos minutos después volvió con ella ya sin vida. Los llevé hasta la playa. No quiso que lo acompañara y parecía como si con la muerte de ella, a él se le hubieran acabado las palabras. Me senté a mirarlo desde lejos mientras la bañaba con agua pura y la peinaba. Le puso un vestido blanco y le hizo un altar frente a la playa con flores rojas y velas de varios colores. La gente se acercaba, intentaban hablar con él, pero nunca contestó a sus llamados. 
-¿Cómo así? ¿Entonces nunca le dio sepultura?
-No, cristiana sepultura, no. Volvió a hablarme un día, me pidió que le trajera unas tablas viejas y él mismo le construyó el ataúd. Lo enterró en la arena. Al menos el lugar que escogió estaba bastante alejado de las playas a las que van los bañistas en julio. 
-Lo que no puedo creer es que todos los días regresara para estar con ella.
-Es verdad. Para qué tendría que inventar algo así. Lo contrataron como buzo, buscaba lo que fuera. Por esos días se dijo que había varios galeones que naufragaron cerca. Él salía muy temprano y se internaba en el mar, cada vez más profundo. Tal vez, buscaba el lugar donde ella había dejado de respirar, tal vez lo que quería era encontrarla ahí, donde la inmensidad se la llevó. Y cuando salía, regresaba al lugar donde estaba ella, cantaba o rezaba y siempre le pedía que se lo llevara porque sin ella no podría volver a vivir jamás.

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